Mª José Serna

Mª José Serna
Mª José Serna. Psicóloga Albatera. MVL 686 544 714 (Ilustración Alexandre Jansson)

viernes, 12 de enero de 2018

CURANDO LAS PENAS...

La imagen puede contener: 1 persona, de pieCURANDO LAS PENAS ...
Doña Chole traía un dolor muy fuerte en el pecho; ciertamente la molestia la había tenido durante años pero últimamente se había hecho insoportable vivir así. Se encaminó entre la maleza y subió cuesta arriba del cerro buscando el hogar de la curandera. Allí estaba ella, afuera de su jacal dando de comer a sus gallinas.
Doña Chole le explicó a grandes rasgos los síntomas de su enfermedad:
-Me duele el pecho y me cuesta respirar, aveces se me atoran los suspiros en la garganta y me dan ganas de llorar.
-¿Desde cuando empezaste con ese dolor?
-Desde muy chamaca, tendría yo unos 12 o 13 años -respondió Doña Chole mientras se sentaba en la banquita de madera-
-A ver cuéntame porque te empezó el dolor, acuérdate bien como fue porque de la enfermedad depende el remedio.
Doña Chole se quedo pensativa mirando hacia los granos que se disputaban las gallinas, luego cerró sus ojos y una lágrima salió de ellos. La curandera la miraba atenta sin decir nada.
-Me empezó el dolor cuando él se fue. Como le dije, yo era una chamaca por aquellos tiempos. Las familias no estaban de acuerdo en que nosotros estuviéramos juntos, entonces me escapé con el y nos fuimos pal monte. Vivimos allí en una casita chiquita unos meses sin que nadie nos molestara pero entonces llegaron los milicos. Nos pegaron a los dos, a mi me violaron y me dejaron tumbada entre la hierba dándome por muerta, a el se lo llevaron y nunca regresó. No pude regresar con mi familia ni a mi pueblo y tuve que buscar otro lugar pa vivir, pero de cuando en cuando me iba a dar una vuelta a la casita que me construyo para ver si había vuelto, pero nunca lo hizo.
-¿No tuviste otro hombre?
-No
La curandera asintió con su cabeza sonriendo dulcemente a Doña Chole, luego entró a su casa y sacó un racimo de hierbas; unas estaban frescas y otras estaban secas. La vida y la muerte estaban entre sus manos arrugadas. Al regresar, la curandera comenzó a cantar una canción que Doña Chole no entendía pero que le sacaba las lágrimas. Luego prendió un cigarro y le aventó el humo del tabaco en el rostro, para terminar dándole una friega con las hierbas que traía en las manos.
El dolor en su pecho desapareció inmediatamente, Doña Chole no recordaba lo que era vivir sin dolor y sentía que algo le faltaba.
-Vas a sentirte así unos días, después estarás bien.
-¿Que tenía?
-Penas viejas en el buche. Quité de tu espíritu las manos de los milicos y le recordé a tu alma que era libre y que nadie la había tocado, por eso chillaste. Te arranque la culpa y la vergüenza que no tenias que sentir y las saqué al aire con el tabaco.
Tu hombre ya no está aquí, pero eso tu lo sabes desde hace mucho. También solté el lazo con el que lo amarraste porque no lo dejabas ir y hacías que también le doliera tu dolor, ahora los dos son libres. Quizá se verán luego, se encontraran en otra vuelta o no, pero ya tienen que seguir con su camino y su camino ya no los lleva juntos en esta vida.
Doña Chole le pagó el favor a la curandera con lechugas y tomates de su tierra, se despidió amablemente y le agradeció curarle las penas. Y aunque nunca más tuvo otro hombre en su vida, ya no sentía tristeza por no estar con aquél que le había sido arrebatado. Doña Chole por fin pudo estar en paz consigo misma cuando ya no deseo estar con sus fantasmas.
Fuente: anónima 

lunes, 14 de agosto de 2017

ALICIA EN EL PAÍS A DE LAS MARAVILLAS


Cuál es la psicología de Alicia en el País de las Maravillas?

Te contamos la psicología que esconde este famoso libro de Lewis Carroll


¿Cuál es la psicología de Alicia en el País de las Maravillas?

El cuento de Lewis Carroll está lleno de alusiones a la educación y las costumbres de su época. Mezcla fantasía y realidad, y ha influido a literatos, músicos, cineastas y científicos.

Caída angustiosa. El descenso de Alicia por la madriguera que parece no tener fin recuerda la pesadilla tan recurrente en muchas personas de caer y caer, hasta que la sensación de angustia creciente les hace despertar. Carroll usa esa imagen para describir la entrada en lo inconsciente.

Las prisas. El Conejo Blanco mira su reloj y va siempre apresurado diciendo “¡Dios mío, voy a llegar tarde!”. Refleja la ansiedad, la conducta paranoica y la exigencia a veces exagerada que los mayores imponen a los niños.

Fuera rutinas. Los adultos viven atados a la costumbre, como el Sombrerero y su eterno té de las seis. Carroll critica los comportamientos asumidos que nunca son cuestionados. Alicia, a lo largo del libro, se acostumbra a la libertad y a la aventura, y, al despertar del sueño, encuentra “aburrido y estúpido que la vida siguiera su curso normal”.

Números. La condición de matemático de Lewis Carroll se nota en la obra, llena de guiños al álgebra, la teoría de números y la lógica. La caída interminable de Alicia recuerda al concepto de límite. En el capítulo 5, la paloma dice que las niñas pequeñas son un tipo de serpiente, ya que las dos comen huevo. Esta deducción alude al cambio de variables.

Crisis de identidad. La incertidumbre propia de la adolescencia aparece cuando Alicia se encuentra a la Oruga Azul sentada fumando con un narguile. Esta pregunta con prepotencia a la niña por su identidad, a lo que ella responde llena de dudas, pues al haber cambiado varias veces de estatura ya no sabe bien quién es. La Oruga Azul es la lógica racional, las dudas y la paciencia como madre de la ciencia.

Vitalidad. El Gato de Cheshire destaca por su sonrisa. Representa el sentido vital: “Siempre llegarás a alguna parte si caminas lo bastante”.

Estira y encoge. En el libro, la protagonista aumenta y disminuye de tamaño varias veces. Eso ha dado lugar al término micropsia o síndrome de Alicia en el País de las Maravillas para definir un trastorno neurológico que afecta a la visión. El sujeto que lo padece percibe los objetos mucho más pequeños y alejados de lo que están en realidad. También se llama visión o alucinación liliputiense.

Intolerancia. La Reina de Corazones gobierna despóticamente el País de las Maravillas. Narcisista, rígida y controladora, resuelve los problemas, pequeños y grandes, mandando decapitar a todo el que ose ofenderla.

Muy Interesante. (Revista)

sábado, 22 de julio de 2017

FAMILIAS POLIAMOROSAS

Crecí en una familia poliamorosa

De pequeño vivía con mi padre, mi madre, el compañero de mi madre y, durante una temporada, la compañera del compañero de mi madre

Pocos símbolos culturales tienen tanto peso en la sociedad como el núcleo familiar "tradicional", ya sabes: dos progenitores heterosexuales, dos hijos, un perro y una bonita casa adosada. No me malinterpretéis, no hay nada de malo en ese modelo. Es solo que yo me crié en un entorno distinto.
Mis padres practican el poliamor, un término de origen medio griego, medio latín, con el que se designa a las relaciones sentimentales no monógamas y con el consentimiento de todos los miembros implicados. De pequeño vivía con mi padre, mi madre, el compañero de mi madre y, durante una temporada, la compañera del compañero de mi madre. Mi madre podía a llegar a tener hasta cuatro compañeros a la vez. Papá también tenía sus compañeras, así que me crié en una red interconectada de adultos que mantenían relaciones no excluyentes pero con compromisos que podían prolongarse durante años, incluso décadas.

La primera vez que me lo explicaron tendría unos ocho años. Mi hermano de cuatro años preguntó por qué James, el compañero de mi madre, pasaba tanto tiempo con nosotros.
"Porque le quiero", dijo mi madre, con toda naturalidad.
"Pues eso es bueno", respondió mi hermano, "porque yo también le quiero".
La verdad es que era así de sencillo. Visto en retrospectiva, lo que más me maravillaba de nuestra situación era lo abrumadoramente normal que parecía todo. Casi desearía que hubiera sido más emocionante. Haber sorprendido a mis padres en una orgía amenizada con anfetaminas, gente con el culo al aire, monjas y aves de corral. Pero no, la mía era una familia disfuncional como otra cualquiera.

Nunca le he reprochado a mis padres que tuvieran otros compañeros. Solíamos ir todos juntos al cine o a pasar las vacaciones en un barquito. El hecho de que hubiera más adultos de lo normal en casa se traducía en más amor y apoyo y más ojos que velaran por nosotros. Mi padre y James tampoco sentían celos mutuos, no existía esa presencia del macho alfa marcando sus dominios. Eran buenos amigos.

Recuerdo la primera vez que James me regañó. Tenía ocho años y sin darme cuenta me lancé corriendo al tráfico de la calle. James tiró de mí hacia la acera y me gritó por no haber mirado a derecha e izquierda. Recuerdo que pensé, Anda, así que este adulto también me puede disciplinar. No tardé en darme cuenta de que aquello quería decir que tenía un adulto más pendiente de mi seguridad, dispuesto a evitar que acabara aplastado por las ruedas de un coche, y que al fin y al cabo aquello era positivo.

Tuve suerte de vivir en un entorno relativamente agradable en casa, porque la escuela era una verdadera pesadilla. Era tartamudo y sentía especial predilección por las baladas de los ochenta: contarle a alguien cómo era mi familia habría supuesto ganarme una paliza por derecho. Una vez los matones del colegio (con un agudizado sentido del patriarcado) la tomaron con un chaval cuando se enteraron de que su padre era el que cuidaba de la casa. ¿Cómo se me ocurriría anunciar que mi madre tenía cuatro novios? Yo solo tenía un amigo (haber tenido más habría interferido en mi senda espiritual centrada en el estudio de las enciclopedias de Star Wars y en deleitarme con mis primeras incursiones en el onanismo), el único que estaba al corriente de mi peculiar familia, y cuando se lo conté, se limitó a encogerse de hombros.

Nuestra comunidad eclesial, sin embargo, sí que se enteró del acuerdo de mis padres. Vivíamos muy cerca de nuestra parroquia de la iglesia anglocatólica en el este de Londres y, aunque nunca mentimos acerca de la dinámica de mi familia, tampoco íbamos pregonándolo a los cuatro vientos. Nos referíamos a James como "un amigo de la familia", y durante un tiempo funcionó. Pero al final nos echaron. Alguien había estado investigando la página de LiveJournal de mi madre en internet y se propagó el rumor de que mi familia era poliamorosa.

La mayoría trataba de entenderlo, pero no todos eran capaces. Tal era el rechazo que sintió una familia en concreto que prohibieron a sus hijos jugar con nosotros. El asunto empeoró cuando alguien hizo una llamada a los servicios sociales, vinculando las relaciones poliamorosas con el abuso de menores, lo que provocó un goteo incesante de visitas de asistentes sociales a casa. Recuerdo perfectamente estar sentado en el suelo del salón, con mis muñecos de Robot Wars, Hypno-Disc en una mano, Sir Killalot en la otra, intentando convencerles de que mis padres no me estaban haciendo ningún daño.

Hoy en día, cuando menciono el hecho de que mis padres practican el poliamor, las reacciones oscilan entre la extrañeza y la admiración, aunque la mayoría reacciona positivamente. Otros se sienten amenazados, pero enseguida bajan la guardia cuando les aseguro que no pretendo criticar su relación monógama.

Haciendo balance, creo que mi educación en este entorno me ha hecho ser mejor persona. Tuve la oportunidad de hablar con adultos de procedencias muy dispares, ya fueran los compañeros de mis padres o los compañeros de los compañeros de mis padres. Viví con personas gais, heteros, bi, trans, con escritores, científicos, psicólogos, adoptados, bermudeños, hongkoneses, gente rica y gente que vivía de subsidios. Crecer en ese crisol contribuyó a ampliar mi perspectiva del mundo y a forjar mi personalidad.

Nunca he envidiado a mis amigos con padres monógamos. Había chicos que vivían con dos o un progenitor, o con padrastros, o con los abuelos o sus tías o tíos, así que lo mío no era tan raro. Supongo que no habrá mucha diferencia en el modo en que unos padres monógamos y unos poliamorosos pueden joder la vida a sus hijos. Los buenos padres lo son sin importar el número. Por suerte, los míos eran increíbles.

Tampoco creo que las relaciones poliamorosas sean mejores que las monógamas. Sencillamente, son distintas, pero me gustaría que no estuvieran tan estigmatizadas. Solo el 17 por ciento de las culturas humanas practican la monogamia estricta, mientras que el resto abraza una mezcla de relaciones. No existe la familia tradicional. En su libro Sex at Dawn, el escritor Christopher Ryan explica que la monogamia se remonta solo a la época de la revolución agrícola. Antes de ese punto, vivíamos en pequeñas comunidades que compartían sus propiedades (alimento, refugio, porras, abrigo, etc.). Tras la llegada de la revolución agrícola se desarrolló la monogamia, fruto de la preocupación por la perpetuación de la especie y la herencia de los bienes materiales. Según Ryan, la conducta romántica que el ser humano tiene en la actualidad tiene un carácter puritano innecesario, "se tienen una visión victoriana y anticuada de la sexualidad humana, en la que se vincula el deseo con los derechos de propiedad". El siglo XX presenció el regreso a nuestras raíces poliamorosas, consecuencia de la revolución sexual y el feminismo y, por extensión, de la mayor independencia económica de la mujer, y parece que la tendencia va a seguir creciendo.

Mucha gente me pregunta si el hecho de tener padres poliamorosos ha alterado mi forma de concebir el amor como adulto, y la respuesta no es sencilla. Haber crecido en un entorno poliamoroso me ha hecho percibir la monogamia como algo ajeno y antinatural. Es posible amar a más de un amigo o familiar a la vez, por lo que la idea de que solo se puede sentir amor por una única pareja resulta chocante. Ahora estoy en la veintena y tengo inclinación por tener varias compañeras (aunque quizá se deba más a la libido que a una convicción filosófica). No me considero poliamoroso, pero estoy abierto a mantener relaciones tanto con varias compañeras como con una sola.

Pasamos gran parte de la vida sufriendo y luchando; el resto es amor y buena pizza. Para un fragmento de tiempo cósmico que pasamos en este diminuto grano de arena que llamamos Tierra, ¿no podemos sencillamente aceptar que el amor es amor, ya sea entre razas, entre personas del mismo sexo o entre más de dos individuos? La discriminación del amor es una enfermedad del corazón, y para contraerla ya tenemos la pizza.

Benedict Smith
@mrbenedictsmith

lunes, 29 de mayo de 2017

Bondad con uno mismo. Autocompasión implica ser cálido y comprensivo hacia nosotros mismos cuando sufrimos, nos rechazan o nos sentimos inadecuados, en lugar de ignorar nuestro dolor o flagelarnos con la autocrítica. Cuando hay autocompasión reconocemos que el ser humano es imperfecto y así, con todos nuestros defectos, va a ser inevitable experimentar dificultades en la vida va, por lo que hemos de tender a ser amables con nosotros mismos cuando nos enfrentemos a experiencias dolorosas, en lugar de enojarnos cuando la vida no está a la altura de los ideales establecidos. La gente no siempre puede ser o conseguir exactamente lo que quiere. Cuando esta realidad se niega o se lucha en su contra, el sufrimiento aumenta en forma de estrés a través de la frustración y la autocrítica. Cuando esa realidad vital es aceptada con simpatía y amabilidad, se experimenta una mayor ecuanimidad emocional.
Humanidad compartida. La frustración por no tener las cosas exactamente como queremos, suele ir acompañada de un sentimiento irracional pero penetrante de aislamiento: es como si "yo" fuera la única persona que sufriera o cometiera errores; sin embargo, todos los seres humanos sufren. La propia definición de ser "humano" significa que uno es mortal, vulnerable e imperfecto. Por lo tanto, la autocompasión implica reconocer que el sufrimiento y la inadecuación personal es parte de la experiencia de humanidad compartida: “algo que todos pasamos” en lugar de ser algo que sólo me pasa a "mí". También significa reconocer que los pensamientos, sentimientos y acciones se ven afectadas por factores "externos", como la historia de crianza de los hijos, la cultura, las condiciones genéticas y ambientales, así como el comportamiento y las expectativas de los demás. Thich Nhat Hahn llama a esa intrincada red de causa y efecto recíproco en el que todos estamos involucrados: "inter-ser." Reconociendo nuestro inter-ser esencial, nos va a permitir ser menos críticos sobre nuestras faltas personales. Después de todo, si tuviéramos un control total sobre nuestro comportamiento, ¿cuántas personas conscientemente decidirían tener problemas de ira, problemas de adicción, ansiedad social, trastornos de alimentación, etc.? Muchos aspectos de nosotros mismos y de las circunstancias de nuestras vidas no son de nuestra elección, sino que provienen de innumerables factores (genéticos y / o ambientales) sobre los que tenemos muy poco control. Por lo tanto, al reconocer nuestra interdependencia esencial, los fracasos y dificultades de la vida no tienen que ser tomados como algo personal, sino que se pueden reconocer y admitir sin prejuicios, con compasión y comprensión.
Mindfulness (atención plena). La autocompasión también requiere un enfoque equilibrado sobre nuestras emociones negativas para que los sentimientos no sean ni suprimidos ni exagerados. Esta postura equilibrada proviene del proceso de relacionar experiencias personales con los de otras personas que también están sufriendo, poniendo nuestra propia situación en una perspectiva más amplia. También se deriva de la voluntad de observar nuestros pensamientos y emociones negativas con franqueza y claridad, de modo que se mantengan en la conciencia viva. La atención plena es un estado mental no-crítico, receptivo en el que se observan los pensamientos y sentimientos tal como son, sin tratar de suprimirlos o negarlos. No podemos ignorar nuestro dolor y sentir compasión por ello a la vez. Al mismo tiempo, la atención plena requiere que el estado mental no se haya "sobre-identificado" con pensamientos y sentimientos, de manera que resultemos atrapados y arrastrados por una reactividad negativa.

jueves, 18 de mayo de 2017

CARTA DE NACHO VIDAL A SU HIJA TRANSEXUAL


Querida hija:
Te escribo esta carta para que sepas, de mi puño y letra, lo que siento y lo que pienso sobre ti, Violeta. Recuerdo perfectamente el día en que naciste: estábamos en casa de mi gran amigo Miguel Bosé, pasando unos días con tu madre, y de repente quisiste salir. Eras ochomesina, por lo que resultaba bastante peligroso (al parecer, es mucho más delicado que nacer sietemesina).

Al nacer, te tuvimos en una incubadora, y mamá no paraba de llorar porque no podía tocarte. Al final, por fortuna, todo salió muy bien y creciste normal, como cualquier niña. O como cualquier niño, pues por aquel entonces todos pensamos que habíamos tenido un niño y te llamábamos Nacho, como yo. Con el tiempo nos dimos cuenta de que eras una persona muy fina, muy sensible; corrías diferente a los niños, hablabas diferente, te gustaban las cosas diferentes a las que hacían los niños. No te gustaban las pelotas, sino las muñecas; no te gustaban las zapatillas, sino los tacones; no te gustaban los pantalones, sino las faldas. Por aquel entonces, llegué a pensar que tenía un niño y que posiblemente sería homosexual, pero nunca se me cruzó por la cabeza que podías ser una niña.

Pasaron los años y, un día, tu mamá y tú visteis un documental en la televisión en el que salía una niña transexual. Cuando terminó, le dijiste a tu madre que eso era lo mismo que te pasaba a ti. Ella te preguntó qué querías decir con eso, y tú respondiste que lo mismo que le pasaba a esa niña de la televisión era lo que te sucedía a ti. Que eras una niña que había nacido con el cuerpo de un niño. Ahí saltaron todas las alarmas; tu madre me llamó, me dijo que tú querías hablar conmigo, y tú me dijiste que no querías vestirte más como un niño, porque eras una niña.
Tenías solo 6 años.
En ese momento me di un tortazo de realidad y entendí lo que estaba pasando. Automáticamente, te dije que al otro día iríamos a comprar toda la ropa que quisieras, para cambiar tu armario de niño a niña. Con mucho miedo, claro, porque vivimos en una sociedad que no tolera, que no respeta ni empatiza; una sociedad que no entiende esta situación… y yo, con ese miedo a que te pudiera pasar algo, a que te hicieran daño, a que lo pudieras pasar mal.                              

Tiramos para adelante con todo esto, aunque tu madre sufrió mucho por haberte hecho vestir de niño todos esos años. El primer año, todo el mundo pensaba que ya se te pasaría, pero ya cuando tenías 7 u 8, recuerdo estar cogido de la mano contigo, andando por la calle, y de repente me hablaste; entonces sentí una energía que recorría todo mi brazo y llegaba a mi corazón, a mi cabeza y a mi alma, y me dije… ¡tengo una hija!, ¡tengo una hija! Y ahí me di cuenta de que eras una niña. De que lo eres.

Desgraciadamente, la gente no es correcta con estas cosas, y no te creas que va a ser fácil para ti. Pero en esta vida nadie lo tiene fácil: siempre van a hablar mal de ti, pero lo único que te tiene que importar es la gente que te quiere, la que te rodea. No puedes esperar que todo el mundo te acepte; tú tampoco aceptas a todo el mundo. Infortunadamente, vivimos en una sociedad que no acepta diferencias: todo lo que se salga de la norma es malo o está endiablado o es feo o es obsceno.

Le guste a quien le guste, o no le guste a quien no le guste, existes. Has nacido. Eres. Y vas a ser siempre lo que eres: una niña. No vamos a luchar por absolutamente nada porque en la vida no hay que luchar, hay que ser feliz. No hay que luchar contra la gente que no te respeta; por el contrario, tienes que acercarte a la gente que te quiere. A la gente que no te respeta simplemente hay que apartarla, hija mía. En la vida, la gente dice que hay que luchar, y yo creo que no: en la vida hay que ser feliz y tienes que hacer todo lo que te haga feliz. Apartarse de lo malo y acercarse a lo bueno.

Con esto quiero decirte que siempre voy a estar a tu lado, que todos vamos a estar a tu lado, y que vamos a ser felices en esta situación que Dios nos ha dado, y que para mí es una bendición. Tenerte es una bendición. Eres un ángel caído del cielo para nosotros, eres un ser único: muy cariñosa, inteligente, noble… y con eso es con lo que se debería quedar la gente. No quiero hacer las cosas pensando que eres tal o eres cual; quiero hacer las cosas pensando en que eres mi hija y, como tal, quiero lo mejor para ti.

Nunca me va a condicionar la gente, ni lo que piensen. Porque imagínate… yo, quien soy, ¡qué me va a importar lo que diga la gente! Vivimos demasiado ocupados en lo que dirán y no en lo que nosotros decimos. Así que gracias por haber nacido, gracias por darme lo que me estás dando, y quiero que sepas que hasta muerto siempre estaré a tu lado.
Te quiero mucho, hija.

Nacho Vidal.

domingo, 12 de febrero de 2017

EL LOBO FEROZ (OTRA PERSPECTIVA DE LA HISTORIA).



MONÓLOGO DEL LOBO FEROZ

Pues yo soy el lobo, señores. Y por culpa de la gente, que nos ha criminalizado a mí y a todos los compañeros del sector, me encuentro ahora en el cielo de los lobos. Sí, han oído bien, en el cielo, no en el infierno, pues no he sido tan malo como dicen por ahí. Aquí va mi versión de los hechos:

Estaba yo tan tranquilamente paseando por el bosque, cuando se me acerca una niña vestida de rojo y me ofrezco – con gran generosidad – a ayudarla.

- ¿A dónde vas, niña? – le pregunto,

- A casa de mi abuelita - me dice.

Entonces, digo yo, ¿para qué narices se para media hora y se pone a recoger margaritas? O sea, porque uno tiene un límite. Una cosa es que me esté rehabilitando y me contenga las ganas, pero caramba, no tientes a tu suerte. Que uno no es de piedra.

Total, que de milagro no me la comí allí mismo. Que ahora lo pienso, y debí haberlo hecho. Mejor me hubiera ido.

Yo sé que el cuento dice que me dirigí a la casa de la abuelita de la niña y que en el lugar de autos me zampé a la susodicha. Pues no es del todo así, oigan. Lo que pasa es que andaba yo buscando algo de comer (lo que es cada vez más difícil, porque el bosque, con la crisis está muy mal), y me encontré con la casita de la abuelita de los huevos. Total, que yo tenía pensado hacerme un guiso, pero me faltaba hierbabuena y como las abuelas estas tienen de todo, pues decidí preguntarle.

Y en qué momento. Va la vieja y nada más verme empieza a gritar. Y yo que sólo quería un pelín de hierbabuena… Pensarán ustedes que gritaba de miedo, de terror. Pues no, gritaba de indignación. Que cómo me atrevía a llamar a su puerta, a molestarle en su siesta, que si era un sinvergüenza, y otras cosas muy feas que no digo por no ofenderles. Y claro, pues ahí todos los animales mirando la escena, que si los conejos, que si las ardillas, los pájaros, las cotorras (que son muy cotorras). Y yo no podía dejar pasar esa afrenta. No, porque no, porque en el bosque todos nos conocemos. Yo me bajo hoy los pantalones ante una anciana y mañana el cachondeo está servido. Y es peligroso andarse con mojigangas en el bosque. Ustedes ya me entienden.

Así que me la zampé. Si señor. Y no me arrepiento. Que uno es lobo y no un hamster, que puñeta. Qué daño nos ha hecho Walt Disney. Pero en fin, eso no es lo peor. Hasta ahí, todo marchaba medianamente normal. Lo peor vino luego, cuando ya de perdidos al río, me decidí a esperar a la niña. Y es que es lo que tiene, que se pone uno a comer, y ya no para.

Y ahora viene una parte delicada de la historia. Me vestí con la ropa de la abuela y me metí en la cama. Sí, yo sé que esta parte siempre ha despertado suspicacias. Que si yo soy un travelo, que si quería montarme algo sado con el cazador. Pues no, fue una inocente idea. Porque claro, después del recibimiento de la abuela, imagínate que abro la puerta y le digo a la niña que me he comido a su abuela. Los gritos se oyen hasta en Nepal. Pero en qué momento, oigan. ¿Por qué no saldría de allí?. Que tarde más mala.

Total que llega la niña y tenemos una conversación surrealista:

- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!

- Son para verte mejor – dije yo imitando la voz de la abuela

- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!

- Son para oirte mejor

- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!

En este punto ya decidí que había llegado el momento de zanjar la conversación. Que no conducía a ninguna parte, por otro lado. Así que me abalancé sobre ella y me la comí. Pero no la hice mucho daño, eso es la pura verdad. No se cuenta eso nunca, pero ni a la abuela ni a la niña les hice daño. Simplemente, de un bocado, sin masticar siquiera…

Pero ¡Ay! Ellos si que me hicieron daño...

De entrada, me quedé un poco traspuesto, después de la comida. Y lo primero que veo cuando me despierto es a dos tipos rasgándome la tripa con un cuchillo. Eso duele. Y después, como si no fuera suficiente con eso, va el otro y le dice que me “van a castigar” ¡Que me van a castigar!. Tocate los cojones. O sea, como si abrirte en canal fuera una broma.

Y vaya, sí que me castigaron, sí. Se quedaron a gusto. Me llenaron el estómago de piedras y me tiraron en el río (no me bañé yo, eh, me tiraron, que conste).

Y después de todo esto, digo yo, ¿quién es aquí el “lobo feroz”? 

sábado, 28 de enero de 2017

¿QUÉ ES LA NECROFILIA?

¿QUÉ ES LA NECROFILIA?


Es un tipo de patología sexual que consiste en la excitación erótica causada por la contemplación, el contacto, la mutilación o la evocación mental de un cadáver. La necrofilia, término acuñado por el doctor Alexis Epaulard en 1901, es sádica cuando el afectado mata primero a la víctima para después violarla o sodomizarla. Algunos personajes históricos practicaron la necrofilia. 




El suceso de tintes bizarros que gira en torno a Carl Tanzler y sus retorcidas predilecciones en el amor y el cariño, parecen sacadas de una leyenda urbana, aunque en realidad esta historia es verídica. Dicho individuo se bautizó con numerosos nombres, aunque Conde Carl Von Cosel sería uno de los más conocidos, junto a Tanzler, por no hablar de su certificado de matrimonio alemán, donde firmó con el nombre de Georg Karl Tänzler.


Tanzler nació en 1877 en Dresden, Alemania y se mudó a Zephyryhills, Florida, en 1927. Pronto se sumaron su esposa y dos hijas. Allí, consiguió un trabajo como radiologista en el Hospital para Marines de Estados Unidos en Key West. Se contrató a Tanzler para atender la sección de enfermos de tuberculosis, que por aquel entonces era una enfermedad muy extendida y mortal. Por más que los doctores se empleasen en sus pacientes, la tuberculosis se cobraba muchas vidas en aquella década de 1930.


Muchos de los conocidos de Tanzler eran pacientes, y la mayoría sucumbían ante esta enfermedad. La carga emocional y mental que esto requiere, es difícil de entender para nosotros que no nos enfrentamos a la muerte a diario, pero para cualquier mente sana, esta desensibilización en la realidad de la mortalidad, supone una peligrosa mella.


En este punto, cabe destacar que Tanzler no era una de las personas más estables, siempre fabulando sobre nuevas técnicas y conocimientos médicos que nunca fueron refutados. Decía saber curar varias dolencias con técnicas no testadas y siempre mencionó sus títulos y cualificaciones que nunca pudieron ser demostrados. Al parecer, no disponía de ninguna formación de escuela médica alguna.




Estos delirios de grandeza, quedaban constatados cuando narraba que siendo tanto niño o adulto, fue visitado por el espíritu de un antiquísimo ancestro, la Condesa Anna Constantia Von Cosel, de la cuál Tanzel empezó a adoptar su nombre. Esta aparición, le enseñó visiones sobre una exótica belleza de negros cabellos que sería el amor de su vida.

Aunque estaba casado y con hijos, Tanzler creyó haber encontrado a su particular venus, cuando conoció a Maria Elena Milagro “Helen” de Hoyos en abril de 1930. Elena era una paciente de tuberculosis que contaba con 22 años y una gran belleza.

Tanzler se esmeró en sanar a Elena a toda costa, y su desesperada familia accedió a que la tratase con sus métodos poco ortodoxos, que no habían sido probados en nadie con anterioridad. Estos consistían, desde hierbas medicinales a tratamientos de rayos X.

De esta manera, Tanzler empezó a profesar un amor hacia Elena, a la cual agasajaba con regalos y atención, aunque sus remedios médicos no la rescataban de la enfermedad. Al parecer, la idea que tenía Tanzler, era que si salvaba a Elena de esta enfermedad fatal, no le quedaría más remedio que estar en deuda amorosa con él.

A pesar de sus obsesivos esfuerzos, Elena murió el 25 de Octubre de 1931. Tanzler temía que las aguas subterráneas contaminaran el cuerpo de la fallecida, por lo que construyó un mausoleo elevado del suelo donde descansaría el cuerpo en paz, con el permiso de la familia. Allí, comenzó a visitar a Elena, y su relación con ella avanzó a un estadio más macabro.




La familia de Elena, había confiado en él la vida de su hija, y conociendo lo mucho que hizo por ella, no sospecharon nada de sus visitas a la tumba. Lo que no sabían en ese momento, es que Tanzler se había embarcado en una carrera contra la descomposición del cuerpo de Elena, intentando mantener el cadáver en un estado de éxtasis. Preservó el cuerpo con formaldehido e intentó otras dudosas técnicas como aplicarle electricidad con un cañón tesla o ungüentos de partículas de oro.

Durante los siguientes dos años, se sentaba junto a Elena la mayoría de noches, manteniendo largas conversaciones con su cadáver. Incluso llegó a instalar un teléfono para poder comunicarse con ella aunque no estuviera presente allí. Tanzler manifestó que el fantasma de Elena le visitaba de forma regular, pidiéndole que retirase el cuerpo de su tumba.

Eso es lo que hizo en 1933, robando el cuerpo de Elena del mausoleo y llevándola a su casa. En este punto, Elena llevaba muerta dos años, y Tanzler luchaba incesantemente para preservar su cuerpo. Usaba toda clase de preservantes para detener la descomposición, y aplicaba botella tras botella de perfumes para compensar el hedor que desprendía su marchito cuerpo.

Nada parecía funcionar, y el cuerpo de Elena Hoyos continuó pudriéndose. A pesar de eso, intentó siempre que ambos permanecieran juntos, simulando vivir una feliz relación. Para ello, incluso tocaba canciones en el órgano para ella, instrumento en el que Tanzler era experto.

Mientras el proceso de descomposición continuaba, sus métodos se fueron extremando. Usó cuerdas de piano para mantener sus huesos juntos, en un bizarro intento de conservar su esqueleto formado. Cuando sus ojos se pudrieron, los sustituyó por unas réplicas de cristal. Su piel podrida pronto fue cayendo, y mientras lo hacía, Tanzler fue reemplazándola con una extraña composición que había creado, mezclando terciopelo, cera y yeso.

En cada paso natural de la descomposición, Tanzler intentó congelar a Elena en el tiempo, y con cada uno de estos pasos, ella era menos ese cuerpo al que había amado. Pronto se convirtió en una muñeca mórbida, una triste caricatura de la Elena Hoyos viviente. Su cuerpo se desmoronaba a la vez que sus órganos se descomponían, y Tanzler llenó su estómago y pecho con trapos con la esperanza de conservar su forma.

Carl Tanzler Elena Hoyos maniqui

El pelo fue cayendo, y usó esos mismos cabellos para fabricar una peluca con la que vestir su cada vez más calva cabeza. Algunas versiones, alegan que instaló un tubo que actuaba como una falsa vagina con la que realizar el acto sexual, pero estas evidencias no fueron registradas en los primeros informes cuando el caso salió a la luz. Este hecho fue “recordado” por dos científicos presentes en la autopsia de 1940 cuando pasaron 30 años del incidente.

En 1940, nueve años después de la muerte de Elena, su hermana oyó rumores acerca de las acciones de Tanzler y fue a visitarle. En su casa, encontró el cuerpo, vestido con las ropas de Elena. Tanzler fue arrestado y se le sometió a un examen psiquiátrico. Se le encontró capaz de enfrentarse a un juicio con el cargo de haber “destruido una tumba y haber profanado el cuerpo sin autorización de forma malintencionada”. Aun así, el estatuto de limitaciones para los crímenes contra tumbas, había expirado en su caso, por lo que nunca fue castigado. Esto choca con una noticia que he encontrado sobre una fianza pagada para liberarlo. El caso es que no fue preso.


Esta terrible y extraña historia fue cubierta por los medios, pero la opinión pública, sorprendentemente, se decantó a favor de Tanzler. Mucha gente lo consideró un romántico excéntrico, que quizás se había equivocado, pero nunca con mala intención. El cuerpo de Elena Hoyos fue examinado por médicos y patólogos, y fue mostrado a un público de miles de personas. Tras esto, su cuerpo se enterró en una localización secreta, donde permanece aun actualmente.


.

Tanzler escribió una autobiografía pasados unos años, que apareció en la revista de fantasía y ciencia ficción, “Aventuras fantásticas”, en 1947. Pero esto no se trataba de algo ficticio, y la historia continuó. Aunque Tanzler había perdido el cuerpo de Elena, su obsesión no menguó.

Usó una mascarilla para crear una efigie, vistiéndola como Elena. De alguna manera, la grotesca transformación de una bella mujer a una muñeca perturbadora, había terminado. No había duda de que Elena Hoyos, su querida compañera en vida, inhabitante del cuerpo artificial, era más importante para Tanzler que la Elena real, una bella mujer que nunca estuvo enamorada de él al principio. Vivió de sus recuerdos con esta efigie el resto de su vida.

Tanzler murió el 13 de Agosto de 1952 en su casa. Una versión cuenta que murió con la efigie de Elena en sus brazos, aunque su obituario declara que fue encontrado muerto, desvanecido tras uno de sus órganos.

La historia es impactante, sí, pero se ha discutido que sería fácil tildar a Tanzler de lunático. A su modo, permaneció fiel a quien amaba, aunque su visión de la realidad fuese una ilusión deformada. Nos produce curiosidad, y luego nos disgusta por lo que hizo. ¿Podemos llegar a sentir algo de lástima por él, un hombre que no pudo soportar vivir en un mundo aparte de la mujer que no podía perder? Quizás la historia sea tan macabra que nos cueste verla desde un punto de vista romántico